La escucho trajinar
entre los críos.
Cuando sus ojos cantan
cantamos todos;
canta la soledad
y canta el río,
canta la calle entera
canta el olvido.
Qué lejos queda ya
aquel principio,
nuestro primer andar
por un otoño
de una ciudad sumida
en un contorno
de amarga represión,
de miedo y odio.
Qué lejos queda ya
aquella incierta edad
donde se prohibía
hablar de libertad.
Eran días de tedio
y cine malo,
días de soledad,
sólo salvados
por la ilusión de estar
siempre a tu lado,
pequeña isla de paz
en un mundo asustado.
Qué lejos queda ya
el gesto de mirar
la luz de los inviernos
sin variar.
A veces con Miguel
o con Vicente,
hablábamos del hombre
y sobre todo
sentimos sobre el rostro
sus presidios,
su muerte vegetal
en el agosto.
Qué lejos queda ya
el lento caminar
por un paseo gris y provinciano.
Ana trajo después
un nuevo ritmo.
Ángela nos dejó
su libertad.
Paula acabó por fin
con el olvido
de un tiempo insolidario
en la ciudad.
Qué lejos queda ya
aquella amarga edad
de dura represión
y cobardía.
José Antonio Labordeta
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